24 de
Agosto Praga
El
tiempo que hemos ganado levantándonos temprano lo perdemos en el puesto fronterizo
con la República Checa: comprobación exhaustiva de nuestros pasaportes y
prohibición de paso a una madre que viene con pasaporte familiar con sus dos
hijos incluidos. Aquí se exige pasaporte individual para cada uno. La
intermediación de los guías no consiguen la autorización y deben quedarse en la
frontera a la espera de que la recojan y lleven de nuevo a Strzegom.
Hemos
salido en dirección a Jelenia Gora, otra importante ciudad de la Baja Silesia
con más de 80.000 habitantes y muy próxima ya
a los Sudetes, que tendremos que atravesar para entrar en Chequia. Su
nombre en polaco significa Montaña de ciervos, lo que nos da una idea de la
riqueza de la zona. En sus proximidades se alza el Monte de los Gigantes
(Karkonosze, en polaco), que es el macizo más elevado de esta cadena montañosa,
mientras que ya en territorio checo tenemos que atravesar Jizerské hory (las montañas Jizera).
Atravesamos por hermosos bosques y carreteras casi de montañas, donde incluso
en ocasiones nos acompaña la niebla.
Castillos de cuentos vemos encaramados en picos inaccesibles y abetos
en las faldas de los montes. Durante el
invierno todas estas montañas son importantes centros de esquí. Hasta que no
alcanzamos Turnov no enlazamos con la E65, una no enlazamos con la E65, una carretera
principal que nos llevará a Praga. Cruzamos hermosos poblaciones llenas de
encantos y arquitectura popular y también de anodinos bloques de pisos del más
puro estilo “soviético”.
Con
bastante retraso llegamos a Praga y a la cita que teníamos con nuestra guía.
Por lo que nuestra visita guiada va a ser muy corta. Praga situada en
las orillas del río Moldava, tiene
aproximadamente 1,2 millones de habitantes, lo que la convierte en la ciudad
más poblada del país y eso sin contar con su área metropolitana.
Sobre el Moldava |
Empezamos
por la plaza de Wenceslao, verdadero centro de los acontecimientos más
importantes de la capital, con la estatua ecuestre de San Wenceslao en su
extremo y el Museo Nacional detrás y recuerdos de las revueltas estudiantiles
en la denominada primavera de Praga de 1968. Desde aquí y paseando recorremos
la Stare Mesto, o ciudad vieja. En primer lugar vamos al barrio judío con su
cementerio donde se apiñan miles de lápidas con símbolos alusivos a los
apellidos o la profesión del fallecido y su magnífica sinagoga , la más antigua
de Europa, y con un inconfundible estilo gótico. El resto del barrio está
formado por edificios más recientes, construidos bajo los auspicios del estilo “art
nouveau”.
Paseando
por sus calles hacia hacía la plaza de la ciudad vieja aún nos encontramos con
figurantes de la ópera vestidos con trajes de la época. En la plaza,
Staromestske Námestí, quedamos
maravillados por su riqueza monumental. Hay tanto que ver y tan poco tiempo.
Contemplamos la fachada blanca de la iglesia barroca de S. Nicolá, La iglesia
de Týn, con sus dos torres puntiagudas, el palacio rococó Golz-kinský , o la de
de la campana de piedra. Por su lado sur, la hilera de casas coloridas de origen
románico o gótico entre las que se encuentra El unicornio Dorado, donde hubo un
salón literario frecuentado por Kafka. Preside todo el monumento a Jan Hus, el
reformador religioso que nos recuerda la convulsa historia de esta ciudad. Nos
dejamos maravillar por tanta belleza y arquitectura y nos acercamos al tocar la
hora al reloj astronómico de la fachada del Ayuntamiento, con sus autómatas
representando a los apóstoles o el propio esqueleto simbolizando la muerte, que
toca una de las campanas y que con movimientos afirmativos de la cabeza
recuerda la inminencia y universalidad de la muerte.
Nos
perdemos por las calles y callejuelas del entorno entre ellas el pasaje
Melantrichova entre una multitud de turistas. Notamos el culto que se le rinde
a Franz Kafka y la gran cantidad de objetos de recuerdos que se nos ofrecen y
las numerosas tiendas que exponen la valorada cristalería de Bohemia. Infinidad
de puestos callejeros con artículos de artesanía entre los que sobresalen las
simpáticas brujas montadas o no, en sus toscas escobas. No podemos resistirnos
a comprarnos una.
Cervezas
y bocatas en la plaza, café en algunos de los históricos establecimientos donde
se discutía de literatura o se preparaba la revolución.
Buscamos
el puente de Carlos para ir a la Malá Strana
(la ciudad pequeña), antes subimos a la torre del puente, desde la que
tenemos unas esplendidas vistas del río Moldava, del propio puente y de la
misma ciudad vieja. El puente con sus dieciséis arcos, es ya no el más famoso
de Praga sino que probablemente de Europa, nos envuelve con su magia, con su
monumentalidad y grupos escultóricos (30), pero sobre todo por su ambiente bohemio
con artesanos y artistas que nos deleitan por sus pequeñas actuaciones en
directo o con su arte.
El barrio de Malá Strana, que se puede traducir
por el Lado Pequeño o Barrio Pequeño, está situado está lleno de esplendorosos
palacios, iglesias y plazas, que florecieron al abrigo de la nobleza del
imperio. Allí encontramos: El Castillo de Praga, considerado la mayor fortaleza
medieval del mundo, que contiene a su vez a la Catedral de San Vito, la mayor
muestra del arte gótico de la ciudad; el callejón del Oro y la Alquimia, donde
se reunían los que pretendían transformar metales en oro además de otros
experimentos; la iglesia barroca se San Nicolás o el propio Palacio Real. Con
estrellas y empinadas calles que le dan un aire de misterio y romanticismo
único invita al paseo y a la ensoñación.
Un café, en taza pequeña y muy fuerte, sentado
ante una de sus iglesias y palacios nos hace despertar nuestros sentidos y
prepararnos para el regreso.
Desde el Puente de Carlos |
Prometemos
volver, es tanto lo que nos queda por ver y admirar…Y si tuviéramos que elegir,
elegiríamos a Praga como la ciudad más bella que hemos visitado.
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