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domingo, 5 de agosto de 2012


24 de Agosto       Praga

El tiempo que hemos ganado levantándonos temprano lo perdemos en el puesto fronterizo con la República Checa: comprobación exhaustiva de nuestros pasaportes y prohibición de paso a una madre que viene con pasaporte familiar con sus dos hijos incluidos. Aquí se exige pasaporte individual para cada uno. La intermediación de los guías no consiguen la autorización y deben quedarse en la frontera a la espera de que la recojan y lleven de nuevo a Strzegom.

Hemos salido en dirección a Jelenia Gora, otra importante ciudad de la Baja Silesia con más de 80.000 habitantes y muy próxima ya  a los Sudetes, que tendremos que atravesar para entrar en Chequia. Su nombre en polaco significa Montaña de ciervos, lo que nos da una idea de la riqueza de la zona. En sus proximidades se alza el Monte de los Gigantes (Karkonosze, en polaco), que es el macizo más elevado de esta cadena montañosa, mientras que ya en territorio checo tenemos que atravesar  Jizerské hory (las montañas Jizera). Atravesamos por hermosos bosques y carreteras casi de montañas, donde incluso en ocasiones nos acompaña la niebla.  Castillos de cuentos vemos encaramados en picos inaccesibles y abetos en  las faldas de los montes. Durante el invierno todas estas montañas son importantes centros de esquí. Hasta que no alcanzamos Turnov no enlazamos con la E65, una no enlazamos con la E65, una carretera principal que nos llevará a Praga. Cruzamos hermosos poblaciones llenas de encantos y arquitectura popular y también de anodinos bloques de pisos del más puro estilo “soviético”.
Con bastante retraso llegamos a Praga y a la cita que teníamos con nuestra guía. Por lo que nuestra visita guiada va a ser muy corta. Praga situada en las orillas del río Moldava, tiene aproximadamente 1,2 millones de habitantes, lo que la convierte en la ciudad más poblada del país y eso sin contar con su área metropolitana.
Sobre el Moldava

Empezamos por la plaza de Wenceslao, verdadero centro de los acontecimientos más importantes de la capital, con la estatua ecuestre de San Wenceslao en su extremo y el Museo Nacional detrás y recuerdos de las revueltas estudiantiles en la denominada primavera de Praga de 1968. Desde aquí y paseando recorremos la Stare Mesto, o ciudad vieja. En primer lugar vamos al barrio judío con su cementerio donde se apiñan miles de lápidas con símbolos alusivos a los apellidos o la profesión del fallecido y su magnífica sinagoga , la más antigua de Europa, y con un inconfundible estilo gótico. El resto del barrio está formado por edificios más recientes, construidos bajo los auspicios del estilo “art nouveau”

Paseando por sus calles hacia hacía la plaza de la ciudad vieja aún nos encontramos con figurantes de la ópera vestidos con trajes de la época. En la plaza, Staromestske  Námestí, quedamos maravillados por su riqueza monumental. Hay tanto que ver y tan poco tiempo. Contemplamos la fachada blanca de la iglesia barroca de S. Nicolá, La iglesia de Týn, con sus dos torres puntiagudas, el palacio rococó Golz-kinský , o la de de la campana de piedra. Por su lado sur, la hilera de casas coloridas de origen románico o gótico entre las que se encuentra El unicornio Dorado, donde hubo un salón literario frecuentado por Kafka. Preside todo el monumento a Jan Hus, el reformador religioso que nos recuerda la convulsa historia de esta ciudad. Nos dejamos maravillar por tanta belleza y arquitectura y nos acercamos al tocar la hora al reloj astronómico de la fachada del Ayuntamiento, con sus autómatas representando a los apóstoles o el propio esqueleto simbolizando la muerte, que toca una de las campanas y que con movimientos afirmativos de la cabeza recuerda la inminencia y universalidad de la muerte.
Nos perdemos por las calles y callejuelas del entorno entre ellas el pasaje Melantrichova entre una multitud de turistas. Notamos el culto que se le rinde a Franz Kafka y la gran cantidad de objetos de recuerdos que se nos ofrecen y las numerosas tiendas que exponen la valorada cristalería de Bohemia. Infinidad de puestos callejeros con artículos de artesanía entre los que sobresalen las simpáticas brujas montadas o no, en sus toscas escobas. No podemos resistirnos a comprarnos una.
Cervezas y bocatas en la plaza, café en algunos de los históricos establecimientos donde se discutía de literatura o se preparaba la revolución.

 Buscamos el puente de Carlos para ir a la Malá Strana  (la ciudad pequeña), antes subimos a la torre del puente, desde la que tenemos unas esplendidas vistas del río Moldava, del propio puente y de la misma ciudad vieja. El puente con sus dieciséis arcos, es ya no el más famoso de Praga sino que probablemente de Europa, nos envuelve con su magia, con su monumentalidad y grupos escultóricos (30), pero sobre todo por su ambiente bohemio con artesanos y artistas que nos deleitan por sus pequeñas actuaciones en directo o con su arte.

El barrio de Malá Strana, que se puede traducir por el Lado Pequeño o Barrio Pequeño, está situado está lleno de esplendorosos palacios, iglesias y plazas, que florecieron al abrigo de la nobleza del imperio. Allí encontramos: El Castillo de Praga, considerado la mayor fortaleza medieval del mundo, que contiene a su vez a la Catedral de San Vito, la mayor muestra del arte gótico de la ciudad; el callejón del Oro y la Alquimia, donde se reunían los que pretendían transformar metales en oro además de otros experimentos; la iglesia barroca se San Nicolás o el propio Palacio Real. Con estrellas y empinadas calles que le dan un aire de misterio y romanticismo único invita al paseo y a la ensoñación.
Un café, en taza pequeña y muy fuerte, sentado ante una de sus iglesias y palacios nos hace despertar nuestros sentidos y prepararnos para el regreso.
Desde el Puente de Carlos

 Prometemos volver, es tanto lo que nos queda por ver y admirar…Y si tuviéramos que elegir, elegiríamos a Praga como la ciudad más bella que hemos visitado.

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