16 de agosto. Venecia.
Lo primero, buscar servicios donde asearnos un poco y reponernos de estas
noches de mal sueño y autobús.
En la gran explanada donde son aparcados los autobuses no faltan estos
servicios. Aquí mismo se toma el vaporetto que nos conducirá navegando por la
laguna hasta la serenísima ciudad. Este lleva incluido para turistas una visita
primero a la isla de Murano y a una de sus fábricas de soplado de vidrio.
Rutinaria exhibición e intento de venta de productos elaborados con su famoso
cristal.
Aquí ya nos comienza a sorprender la singularidad de esta ciudad-isla
recorrida por canales: hasta la recogida de basuras han de llevarse a cabo por
embarcaciones adaptadas al efecto.
Plácida navegación por la laguna, intenso tráfico, y los campaniles de
las distintas islas marcando nuestro horizonte. El vaporetto nos desembarca en
las proximidades de la Plaza de San Marcos, y aún a pesar de las tempranas
horas, no son más de las 8, ya los grupos de turistas como nosotros se
desparraman por toda la monumental ciudad. Marea humana ansiosa de contemplar
por sus propios ojos lo ya visto en innumerables fotos y documentales. La
belleza y la singularidad de estos canales, de sus palacios, de sus decrépitas
edificaciones, no nos pueden dejar indiferentes, a pesar del húmedo calor que
ya comenzamos a sufrir y a la riada humana que todo lo ocupa.
La Plaza de San
Marcos abierta al gran canal, con el Palacio Ducale flanqueándola y
maravillándonos con sus arquerías góticas. Las dos columnas con los símbolos de
la ciudad: el león alado de San Marcos y S. Teodoro rematando al dragón_diablo.
La Piazzetta con el Campanile exento de la Basílica y la Basílica de San
Marcos, con su estilo bizantino del S. XI y sus dorados mosaicos , presidiendo
la gran plaza, la más famosa de las plazas. Nos dejamos perder por las
callejuelas adyacentes, cruzando pequeños puentes sobre los canales,
contemplando el pausado remar de las góndolas, sintiendo el frescor de sus
sombras, el verdor de sus aguas, el golpe de color de algunos geranios en sus
pequeños balcones, cuando no el de las propias ropas tendidas al sol. Salimos
así al Gran Canal, bullicioso de nuevo, nevegado por multitud de todo tipo de
embarcaciones, cruzado por grandes puentes como el de Rialto.
Nos sentamos en
las terrazas de la plaza de San Marcos y pagamos un precio desorbitado en liras
por una botella de agua o por una cerveza (1600 ptas al cambio del momento),
pero como consuelo, el marco que nos rodea, la orquesta que interpreta blues, el
paso de tantas personas de países y razas tan distintas, …lo merecen.
Se acerca la hora de comer algo, y que mejor, además de por el precio,
que hacerlo en una pizzería junto al gran canal. Pizza auténtica italiana .
Y era inevitable el paseo en góndola a pesar de lo que nos cuesta un paseo
de poco menos de una hora. A lo mejor es porque hemos elegido una muy señorial,
ricamente decorada con dorados adornos y asientos terciopelados en rojo. La
góndola se desliza suavemente sobre estas aguas sabiamente llevada por la
maestría del remero, que maniobra entre estrechos canales y sorteando a las
otras numerosas embarcaciones. Navegamos bajo puentes y el gondolero hasta nos
obsequia con una canción. Quintaesencia de romanticismo, de plácida
conversación, de belleza que embotan nuestros sentidos. Volvemos al gran canal,
pasamos ahora bajo el Rialto y obtenemos una visión de la ciudad totalmente
nueva…
Con nuestras liras, ya prácticamente agotadas, regresamos al punto de
embarque del vaporetto que nos llevará de nuevo a tierra firme. Adiós Venecia.
¿Volveremos a ella en otra ocasión?
De nuevo al autobús para tomar dirección a Austria por la E55. Los Alpes
Dolomitas aún son capaces de impresionarnos a pesar de todo lo contemplado y
vivido hoy. Escarpadas montañas de más de 3000 m que la erosión a lo largo
de millares de años ha ido transformando en torres, grietas, agujas o angostas
sendas en la roca, con los residuos de esta lenta corrosión, acumulados a los
pies de las paredes, formando los característicos canchales (ghiaioni, en
italiano).
Acercándonos a la frontera austriaca casi a media noche, en un paisaje
de alta montaña característico de estaciones de esquí, hacemos parada en
Tarvisio, donde nos vamos a alojar para pasar la noche. Dado que evidentemente
estamos en temporada baja, el hotelito que encontramos es económico. Nos
permitirá una ducha reparadora, dormir en una cama después de dos noches de
autobús y proseguir mañana recuperados hasta Viena.
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