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viernes, 13 de agosto de 2010

Tenerife_4 Subida al Teide


2 de agosto de 2010
Saliendo de la TF5 por la Cuesta de la Villa, ascendemos por el Valle de la Orotava, con parada obligatoria en el mirador del Humboldt, para quedarnos maravillados, al igual que el insigne explorador, con la visión de todo un valle verde que desciende y se funde con el azul profundo del Atlántico. Salpicado de construcciones, pero perfectamente integradas entre los cultivos de plataneras y un horizonte de nubes bajas, que por ahora nos impiden ver el Teide. En las zonas más altas de las laderas distinguimos los bosques de pinos, que por su porte cónico deducimos que se tratan de Pinos de Monterrey ( Pinus radiata), fruto de repoblaciones una vez que se talaron los autóctonos pinos canarios. Proseguimos la subida por una buena carretera, con suave pendiente pero continua. Vamos así atravesando todos los pisos de la vegetación canaria, desde el infracanario de la costa, hasta el supracanario del Teide.

El paisaje se llena de verdor cuando recorremos lo que sería el bosque de larusilvas, con sus loros (laureles), como vegetación predominante y sobre todo el más amplio del bresal-fayal, que gana terreno al laurisilva degradado.
Otras paradas, cuando hemos dejado ya abajo un mar de nubes, y ahora sí, se nos aparece el Teide con toda su majestad. La aridez de su pico, contrasta con el verdor que aún nos acompaña. Estamos en el Parque Natural de la Corona Forestal, que cual anillo abraza al Teide propiamente dicho. Desde aquí se aprecian tanto las repoblaciones con pinos de Monterrey, como los pinos canarios, menos cónicos y regulares que los anteriores. Pero lo que realmente nos cobijan en estos miradores (La Caldera o La Piedra), son los brezos mezclados con masas de faya (Myrica faya). Pasamos junto a distintas elevaciones (Montaña roja, Negra, mostaza, blanca), que aluden a las distintas tonalidades de un suelo, que cada vez reúne más características de los denominados malpaíses, despoblados ya de casi toda vegetación arbórea y hasta arbustiva.
En la intersección con la carretera que sube desde Santa Cruz (Tf24), entramos ya en las denominadas cañadas: terrenos desnudos de coladas volcánicas alternadas con piroclastos, con distintas texturas y tonalidades. Atravesamos los dominios propios de la geología volcánica, con un cielo limpio y un sol abrasador. Pobreza de vegetación; codesos, siemprevivas, escobones, pero muy ralos. Hacemos otra parada, para observar ya el pico del Teide sobre nuestras cabezas y sus pronunciadas pendientes, y este paisaje casi “marciano” de lavas y tonos ocres y rojizos, surcados a veces por coladas más recientes de colores más oscuros (casi negras). Unos paneles nos indican que desde allí se puede distinguir lo que fue una antigua cantera de extracción de piedra pómez, los colores más claros, casi blanquecinos, lo delata.
Llegamos a la base del teleférico (2345 msnm), en el que después de una espera de casi una hora y media, montamos para desplazarnos casi hasta la base del pico (3530 m). Previamente y mientras esperábamos, hemos podido observar a nuestras anchas al lagarto tizón, que tranquilamente se calentaba sobre las oscuras piedras de los muretes. La impresionante altura que nos salva el teleférico en apenas 10 minutos, nos permite contemplar aún mejor toda la geografía de este espacio.
Una vez arriba, tomamos en primer lugar la senda que en dirección NE. nos conducirá hasta el Mirador de la Fortaleza, entre lavas y coladas volcánicas de singular belleza, con el Pilón, cono cimero del Teide con sus 3718 m, arriba y a nuestra izquierda. Las nubes bajas, arrastradas por los alisios y atrapadas por las primeras estribaciones, no nos permiten apreciar en su totalidad las vistas que desde aquí se tendrán, y que tan bien describiera Humboldt. En los bosques de pinos de la corona forestal, allá abajo, se terminan nuestras vistas. No podemos ni por mucho, avistar las islas orientales: Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote, como lo es en los día claros.
Recorremos también unos cientos de metros del sendero que nos lleva al otro mirador, el del SW. o del Pico Viejo, con la misma fortuna y sin posibilidad de avistamiento de las otras islas. Pasamos, no obstante, por las proximidades de algunas fumarolas, con su característico color limón del azufre y sobre todo su perceptible olor.
De nuevo el teleférico nos deposita en la estación base, y desde allí comenzamos el descenso por carretera, atravesando hermosas cañadas, roques, antiguas coladas de lava y paisajes “marcianos”, si cabe, aún más singulares que los anteriores. Son desérticas planicies recortadas por elevaciones, de suelos de malpaís, del que ahora entendemos su naturaleza, más allá de lo que aprendimos en los libros; con rala o nula vegetación. En el cruce con la TF38, dejamos la TF28 que habíamos seguido hasta ahora y en vez de tomar hacia Vilaflor, continuamos en dirección NW. hacia Tamaimo, desde donde descendemos hasta Los Gigantes. Los pisos bioclimáticos se suceden a la inversa, avisándonos la vegetación de donde nos encontramos. Atravesamos pinares y a la altura de Tamaimo divisamos el océano allá abajo.
Los impresionantes acantilados de paredes verticales de Los Gigantes se nos muestran en toda su magnitud. Y el azul del mar, reconfortante después de tanto predominio de los ocres y rojizos.
Siguiendo por la Costa de Adeje, hacia el Sur, enlazamos con la autovía TF1, que nos devolverá al Puerto de la Cruz.

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