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viernes, 13 de agosto de 2010

Sevilla-Tenerife_1


30 de julio de 2010
  Con 15 minutos de retraso, a las 13 h, tomamos un Boeing 737-800, rumbo a Tenerife Norte. Despegue rápido y en cuanto toma altura vamos teniendo unas inmejorables vistas del Guadalquivir a su paso por Sevilla. A pesar de volar casi sobre el ala del avión, podemos percibir claramente la Isla de la Cartuja, Torre Triana, las dársenas del río y pronto la geometría de las tablas de arroz. Seguimos el curso del Guadiamar por Entremuros, perfectamente distinguible, e inmediatamente las  marismas de Doñana, aún con algo de agua y sin haber perdido su verdor en las zonas más profundas. Cauces antiguos y abandonados de los ríos, el verdadero Guadiamar  expandiéndose ya por las marismas y los característicos drenajes “anastomasados” en que finalizan los pequeños cauces de agua. Territorio de grisáceo a rojizo (almajales secos), con algunas islas de verdor (lucios y antiguos cauces). Hemos abandonado ya las líneas rectas características de los paisajes antropizados, que delimitaban los campos de cultivos. Pronto aparecen las tonalidades amarillentas y blanquecinas de las dunas que terminan en las mismas marismas, separadas de éstas por una conspicua banda verde (la vera). Y entre esas masas amarillentas, el verdor de los corrales y los propios pinares, arañados por rectilíneos cortafuegos. Se aprecian claramente los sucesivos frentes de dunas y el mar y su solitaria y larga playa; Matalascaña como excrecencia sobre ellas, los acantilados durares del Asperillo y las desembocaduras del Tinto y el Odiel, delimitadas por espigones y las singulares barras-islas, que aparecen en todas las desembocaduras desde aquí a Portugal.
Y desde ahí el azul del mar, un azul profundo que sólo aborregadas nubecillas, son capaces de romper. A los 15 min de vuelo debemos estar sobrevolando las proximidades del Estrecho de Gibraltar o la ruta hacia él, por la gran cantidad de barcos navegando allá abajo, tanto con rumbo Este como Oeste. Compruebo con la brújula de mi reloj, distorsiones aparte, que debemos llevar un rumbo SSE., sobre los 160º. El altímetro del reloj indica 2015 m msnm. , lo que debe ser un error dada la altura a las que navegan estos aparatos  y estar ocasionado por la “presurización” de la cabina, ya que es un altímetro barométrico (la presión es de 756,7 mb).
El vuelo se va convirtiendo en un monótono ronroneo de turbina s, sobre ese interminable azul, que penachos de deshilachadas nubecillas acompañan. Aún nos deben quedar más de media hora de vuelo para aterrizar en el aeropuerto de los Rodeos y pisar después de 30 años, otra vez las tierras canarias. Cuán diferente ahora de cuando lo hicimos para incorporarnos a un Servicio Militar obligatorio y odiado.
                A las 14:21 pasamos sobre un grupo de 3 islas o islotes, que nos anuncian que se trata de la Isla de Lanzarote. Las masas de nubes se hacen más compactas e impiden ya apreciar el mar allá abajo. Comienza el descenso y a las 15 h peninsular aterrizamos en el aeropuerto de Los Rodeos (Tenerife Norte).Ajustamos nuestros relojes a la hora de las islas: son de nuevo las 14 horas.
Desde el aeropuerto unos autobuses recogen a los pasajeros que vamos hacia el mismo destino, el Puerto de la Cruz. Un tedioso recorrido de hotel en hotel, pero que nos permite al ir acercándonos por la autovía TF5, apreciar ya toda la belleza y verdor del Valle de La Orotava. Primeros plataneros y el azul profundo del mar, bajo un cielo grisáceo que nos acompañará en esta parte de la isla casi toda nuestra estancia. Son las nubes arrastradas por los”alisios” que quedan atrapadas por las primeras estribaciones de el Teide. Éste, tapado por esas nubes, no se nos muestra.
                Por fin, casi 1:30 h después del aterrizaje, llegamos a nuestro hotel, el Dania-Magec. Alojamiento en la habitación 1032, nada lujosa pero suficiente. Y búsqueda de algún lugar para comer y primer contacto con la gastronomía canaria: papas arrugadas, mojos y unos choquitos y pulpitos a la plancha, de lo más delicioso. Descansamos en el hotel, piscina, cena y paseo nocturno por el Pto. de la Cruz: su Plaza del Charco, el puerto, con su homenaje a la mujer pescadora en forma de figura alegórica, la plaza de la Iglesia, sus coquetas calles peatonales con hermosas placitas rebosantes de flores y una cuidada jardinería. En la Plaza de Europa nos asomamos a unas murallas reconstruidas al estilo del antiguo baluarte y adornada con distintos cañones de época (S XVIII).
Copa relajada en la Plaza del Charco, amenizada en directo por un simpático cubano. Temperatura ideal, más bien fresca, que nos hace acordarnos de los calores dejados atrás.
Regreso al hotel, en C/ Cupido, y descanso sin sufrir las temperaturas nocturnas de allá…hasta al amanecer tenemos que buscar el abrigo agradable de alguna sábana.

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