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viernes, 13 de agosto de 2010

Sevilla-Tenerife_1


30 de julio de 2010
  Con 15 minutos de retraso, a las 13 h, tomamos un Boeing 737-800, rumbo a Tenerife Norte. Despegue rápido y en cuanto toma altura vamos teniendo unas inmejorables vistas del Guadalquivir a su paso por Sevilla. A pesar de volar casi sobre el ala del avión, podemos percibir claramente la Isla de la Cartuja, Torre Triana, las dársenas del río y pronto la geometría de las tablas de arroz. Seguimos el curso del Guadiamar por Entremuros, perfectamente distinguible, e inmediatamente las  marismas de Doñana, aún con algo de agua y sin haber perdido su verdor en las zonas más profundas. Cauces antiguos y abandonados de los ríos, el verdadero Guadiamar  expandiéndose ya por las marismas y los característicos drenajes “anastomasados” en que finalizan los pequeños cauces de agua. Territorio de grisáceo a rojizo (almajales secos), con algunas islas de verdor (lucios y antiguos cauces). Hemos abandonado ya las líneas rectas características de los paisajes antropizados, que delimitaban los campos de cultivos. Pronto aparecen las tonalidades amarillentas y blanquecinas de las dunas que terminan en las mismas marismas, separadas de éstas por una conspicua banda verde (la vera). Y entre esas masas amarillentas, el verdor de los corrales y los propios pinares, arañados por rectilíneos cortafuegos. Se aprecian claramente los sucesivos frentes de dunas y el mar y su solitaria y larga playa; Matalascaña como excrecencia sobre ellas, los acantilados durares del Asperillo y las desembocaduras del Tinto y el Odiel, delimitadas por espigones y las singulares barras-islas, que aparecen en todas las desembocaduras desde aquí a Portugal.
Y desde ahí el azul del mar, un azul profundo que sólo aborregadas nubecillas, son capaces de romper. A los 15 min de vuelo debemos estar sobrevolando las proximidades del Estrecho de Gibraltar o la ruta hacia él, por la gran cantidad de barcos navegando allá abajo, tanto con rumbo Este como Oeste. Compruebo con la brújula de mi reloj, distorsiones aparte, que debemos llevar un rumbo SSE., sobre los 160º. El altímetro del reloj indica 2015 m msnm. , lo que debe ser un error dada la altura a las que navegan estos aparatos  y estar ocasionado por la “presurización” de la cabina, ya que es un altímetro barométrico (la presión es de 756,7 mb).
El vuelo se va convirtiendo en un monótono ronroneo de turbina s, sobre ese interminable azul, que penachos de deshilachadas nubecillas acompañan. Aún nos deben quedar más de media hora de vuelo para aterrizar en el aeropuerto de los Rodeos y pisar después de 30 años, otra vez las tierras canarias. Cuán diferente ahora de cuando lo hicimos para incorporarnos a un Servicio Militar obligatorio y odiado.
                A las 14:21 pasamos sobre un grupo de 3 islas o islotes, que nos anuncian que se trata de la Isla de Lanzarote. Las masas de nubes se hacen más compactas e impiden ya apreciar el mar allá abajo. Comienza el descenso y a las 15 h peninsular aterrizamos en el aeropuerto de Los Rodeos (Tenerife Norte).Ajustamos nuestros relojes a la hora de las islas: son de nuevo las 14 horas.
Desde el aeropuerto unos autobuses recogen a los pasajeros que vamos hacia el mismo destino, el Puerto de la Cruz. Un tedioso recorrido de hotel en hotel, pero que nos permite al ir acercándonos por la autovía TF5, apreciar ya toda la belleza y verdor del Valle de La Orotava. Primeros plataneros y el azul profundo del mar, bajo un cielo grisáceo que nos acompañará en esta parte de la isla casi toda nuestra estancia. Son las nubes arrastradas por los”alisios” que quedan atrapadas por las primeras estribaciones de el Teide. Éste, tapado por esas nubes, no se nos muestra.
                Por fin, casi 1:30 h después del aterrizaje, llegamos a nuestro hotel, el Dania-Magec. Alojamiento en la habitación 1032, nada lujosa pero suficiente. Y búsqueda de algún lugar para comer y primer contacto con la gastronomía canaria: papas arrugadas, mojos y unos choquitos y pulpitos a la plancha, de lo más delicioso. Descansamos en el hotel, piscina, cena y paseo nocturno por el Pto. de la Cruz: su Plaza del Charco, el puerto, con su homenaje a la mujer pescadora en forma de figura alegórica, la plaza de la Iglesia, sus coquetas calles peatonales con hermosas placitas rebosantes de flores y una cuidada jardinería. En la Plaza de Europa nos asomamos a unas murallas reconstruidas al estilo del antiguo baluarte y adornada con distintos cañones de época (S XVIII).
Copa relajada en la Plaza del Charco, amenizada en directo por un simpático cubano. Temperatura ideal, más bien fresca, que nos hace acordarnos de los calores dejados atrás.
Regreso al hotel, en C/ Cupido, y descanso sin sufrir las temperaturas nocturnas de allá…hasta al amanecer tenemos que buscar el abrigo agradable de alguna sábana.

Tenerife_2. Puerto. de la Cruz

31 de julio de 2010


Con la dificultad de adaptación de nuestro reloj biológico al horario de las islas, nos despertamos prontos y comprobamos que aún queda algo para el amanecer. Hoy tenemos decidido pasarlo aquí, callejear, familiarizarnos con el lugar y disfrutar del día de “playa” en los Lagos Martiánez.
Bajamos al puerto, donde encontramos venta de pescado en unos tenderetes a pie de muelle y en los escasos metros de playita del propio puerto, personas ya asentadas con sus sombrillas y bañándose. Se aprovechan hasta las propias escalerillas del muelle y su abrigo, para bajar al agua y darse un chapuzón.
Tras la plaza de Europa existe una zona acantilada (El Poniente ), con fuerte rompiente del oleaje sobre una rasa litoral, que como es propio de aquí, la forman negras rocas de origen volcánico. Se continúa por una pequeña playita seminatural, con obras sobre el roquedo para facilitar el acceso; es la Playa de S. Telmo. Y bordeado por un hermoso paseo marítimo aparecen los Lagos de Martiánez, singular recreación de Cesar Manríquez, de piscinas-playas artificiales, aprovechando los elementos del terreno: rocas volcánicas de diferentes tonalidades, construcciones al estilo popular y muretes encalados con rocas y empalizadas vistas. 

Constituyen todo el conjunto varias piscinas naturales de agua del mar y con profusión de captaceas y otras plantas crasas, o palmeras en las zonas ajardinadas, con lagos, islas, pasarelas y paseos integrados en un todo armónico paisaje .Las diferentes tonalidades azules de las láminas de agua, al reflejar el color de sus fondos, las fuentes, el blanco de los muretes o el marrón de las empalizadas, conjugan a la perfección. Al igual que los distintos troncos de árboles secos y trabajados por los vientos, que a modo de monumentos naturales adornan el recinto. Algunas esculturas móviles, del propio autor, que juegan con los vientos, completan el lugar.

Pasamos un auténtico día de baño, en este “mar domesticado, y a la vez exótico y por el módico precio de 3,50€ (tumbonas y sombrillas aparte).
Cena en el hotel, relajado paseo nocturno, terminando siempre en la Plaza del Charco y en sus actuaciones en directo. Aquí planificamos lo que vamos a hacer otros días…

Tenerife_3 . Santa Cruz de Tenerife-La Laguna


1 de agosto de 2010
 


Desayuno en el hotel tipo bufé y recogida del coche que hemos alquilado para estos días en las islas (un Seat Ibiza). Salimos para Sta. Cruz, la capital, por la TF5 que ya tomamos cuando vinimos del aeropuerto. Los nombres genuinamente canarios se suceden en las salidas de la autovía: Orotava, Matanza, El Sauzal, Taraconte, La Laguna….La autovía sube unos cientos de metros y allí penetramos en el interior de una de las nubes que quedan atrapadas aquí, dándole a todo un aspecto otoñal. Entramos en la capital buscando el puerto, para llegar a la plaza de España. Cuántos recuerdos, de cuando hace más de 30 años, desembarqué aquí, proveniente de Cádiz a bordo del J.J. Sister. Todo me parece más pequeño, menos monumental…


Paseo por sus calles, poco transitadas en un día de domingo caluroso como éste. Visita obligada a los restos del Baluarte de San Cristóbal, encontrados con ocasión de la remodelación de la plaza de España y conservados in situ en una galería subterránea. Allí se explica el sistema defensivo que tuvo la isla, con un conjunto de baluartes y castillos, muchos de ellos aún conservados, aunque no en la capital, dado los frecuentes ataques de los ingleses en el XVIII. Entre otras piezas curiosas, se expone el cañón denominado El Tigre, al que se le atribuye el dudoso “honor” de haber arrancado el brazo a Nelson.
Desde aquí paseamos por la peatonal calle del Castillo, hasta la plaza del General Weyler, para alcanzar luego el Parque de García Sanabria, un oasis de frescor en esta calurosa mañana. La flora subtropical propia, o la tan bien aclimatada aquí, nos ofrecen su sombra o sus variados colores. Encontramos Flamboyanes, tulíperos del Gabón, hibiscos rojos y amarillos, aves del paraíso, plataneras,…Y un  curioso jardincillo de plantas aromáticas: mentas, salvias, hierbabuenas…


Dejando este parque y su frescor, sólo las playas podían ser nuestro objetivo. En dirección norte salimos de Santa Cruz, buscando San Andrés y la Playa de las Teresitas. Dejamos atrás un paisaje de muelles y destartaladas instalaciones portuarias. En Las Teresitas, ante un mar esplendido, de un color que va del turquesa al azul más puro, nos cobijamos bajo unas palmeras sembradas en la misma playa. Playa “regenerada”, según nos cuentan, con arenas rubias traídas del desierto del Sahara hace unos años. Esa arena y el fuerte viento que sopla hoy nos hace nuestra estancia menos placentera; la arena nos impacta a veces con verdadera fuerza. No obstante, el baño obligatorio en tan transparentes aguas, nos hace resistir y disfrutar de este clima. Los altos montes que abrazan la playa, con su aridez y sus cactus, o el mismo pueblecito de San Andrés, que trepa sobre ellos, nos ofrece el contrapunto a la placidez de estas aguas.


              Vamos luego a La Laguna, ciudad de los Adelantados de Castilla y cargada de historia. Saliendo de la autovía TF5, ya familiar para nosotros, nos acercamos a un centro histórico bastante bien conservado y plagado de casas señoriales y palacios de la época. En la plaza del Adelantado, tomamos un refresco e iniciamos nuestra visita. Iglesias y conventos (Sta. Catalina, Iglesia Catedral, de la Concepción,…), de los siglos XVI y XVII; Palacios y distintas casas solariegas de los notables  de Castilla, se suceden unas tras otras  por unas calles empedradas que son toda un muestrario de historia. Balconadas canarias, canterías esquineras de colores oscuros, puertas ornamentadas, dan singularidad a este arte canario. El retoque de las campanas de la Iglesia de la Concepción ayudan al ensueño y a vivir más intensamente tanta sucesión de estilos artísticos (renacimiento, mudéjar, barroco…).La importancia de La Laguna, como capital política de la conquista y administración de las Islas, queda claramente reflejada en tanta monumentalidad.


De nuevo en el Puerto de la Cruz, descansamos para mañana visitar el Teide.

Tenerife_4 Subida al Teide


2 de agosto de 2010
Saliendo de la TF5 por la Cuesta de la Villa, ascendemos por el Valle de la Orotava, con parada obligatoria en el mirador del Humboldt, para quedarnos maravillados, al igual que el insigne explorador, con la visión de todo un valle verde que desciende y se funde con el azul profundo del Atlántico. Salpicado de construcciones, pero perfectamente integradas entre los cultivos de plataneras y un horizonte de nubes bajas, que por ahora nos impiden ver el Teide. En las zonas más altas de las laderas distinguimos los bosques de pinos, que por su porte cónico deducimos que se tratan de Pinos de Monterrey ( Pinus radiata), fruto de repoblaciones una vez que se talaron los autóctonos pinos canarios. Proseguimos la subida por una buena carretera, con suave pendiente pero continua. Vamos así atravesando todos los pisos de la vegetación canaria, desde el infracanario de la costa, hasta el supracanario del Teide.

El paisaje se llena de verdor cuando recorremos lo que sería el bosque de larusilvas, con sus loros (laureles), como vegetación predominante y sobre todo el más amplio del bresal-fayal, que gana terreno al laurisilva degradado.
Otras paradas, cuando hemos dejado ya abajo un mar de nubes, y ahora sí, se nos aparece el Teide con toda su majestad. La aridez de su pico, contrasta con el verdor que aún nos acompaña. Estamos en el Parque Natural de la Corona Forestal, que cual anillo abraza al Teide propiamente dicho. Desde aquí se aprecian tanto las repoblaciones con pinos de Monterrey, como los pinos canarios, menos cónicos y regulares que los anteriores. Pero lo que realmente nos cobijan en estos miradores (La Caldera o La Piedra), son los brezos mezclados con masas de faya (Myrica faya). Pasamos junto a distintas elevaciones (Montaña roja, Negra, mostaza, blanca), que aluden a las distintas tonalidades de un suelo, que cada vez reúne más características de los denominados malpaíses, despoblados ya de casi toda vegetación arbórea y hasta arbustiva.
En la intersección con la carretera que sube desde Santa Cruz (Tf24), entramos ya en las denominadas cañadas: terrenos desnudos de coladas volcánicas alternadas con piroclastos, con distintas texturas y tonalidades. Atravesamos los dominios propios de la geología volcánica, con un cielo limpio y un sol abrasador. Pobreza de vegetación; codesos, siemprevivas, escobones, pero muy ralos. Hacemos otra parada, para observar ya el pico del Teide sobre nuestras cabezas y sus pronunciadas pendientes, y este paisaje casi “marciano” de lavas y tonos ocres y rojizos, surcados a veces por coladas más recientes de colores más oscuros (casi negras). Unos paneles nos indican que desde allí se puede distinguir lo que fue una antigua cantera de extracción de piedra pómez, los colores más claros, casi blanquecinos, lo delata.
Llegamos a la base del teleférico (2345 msnm), en el que después de una espera de casi una hora y media, montamos para desplazarnos casi hasta la base del pico (3530 m). Previamente y mientras esperábamos, hemos podido observar a nuestras anchas al lagarto tizón, que tranquilamente se calentaba sobre las oscuras piedras de los muretes. La impresionante altura que nos salva el teleférico en apenas 10 minutos, nos permite contemplar aún mejor toda la geografía de este espacio.
Una vez arriba, tomamos en primer lugar la senda que en dirección NE. nos conducirá hasta el Mirador de la Fortaleza, entre lavas y coladas volcánicas de singular belleza, con el Pilón, cono cimero del Teide con sus 3718 m, arriba y a nuestra izquierda. Las nubes bajas, arrastradas por los alisios y atrapadas por las primeras estribaciones, no nos permiten apreciar en su totalidad las vistas que desde aquí se tendrán, y que tan bien describiera Humboldt. En los bosques de pinos de la corona forestal, allá abajo, se terminan nuestras vistas. No podemos ni por mucho, avistar las islas orientales: Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote, como lo es en los día claros.
Recorremos también unos cientos de metros del sendero que nos lleva al otro mirador, el del SW. o del Pico Viejo, con la misma fortuna y sin posibilidad de avistamiento de las otras islas. Pasamos, no obstante, por las proximidades de algunas fumarolas, con su característico color limón del azufre y sobre todo su perceptible olor.
De nuevo el teleférico nos deposita en la estación base, y desde allí comenzamos el descenso por carretera, atravesando hermosas cañadas, roques, antiguas coladas de lava y paisajes “marcianos”, si cabe, aún más singulares que los anteriores. Son desérticas planicies recortadas por elevaciones, de suelos de malpaís, del que ahora entendemos su naturaleza, más allá de lo que aprendimos en los libros; con rala o nula vegetación. En el cruce con la TF38, dejamos la TF28 que habíamos seguido hasta ahora y en vez de tomar hacia Vilaflor, continuamos en dirección NW. hacia Tamaimo, desde donde descendemos hasta Los Gigantes. Los pisos bioclimáticos se suceden a la inversa, avisándonos la vegetación de donde nos encontramos. Atravesamos pinares y a la altura de Tamaimo divisamos el océano allá abajo.
Los impresionantes acantilados de paredes verticales de Los Gigantes se nos muestran en toda su magnitud. Y el azul del mar, reconfortante después de tanto predominio de los ocres y rojizos.
Siguiendo por la Costa de Adeje, hacia el Sur, enlazamos con la autovía TF1, que nos devolverá al Puerto de la Cruz.

Tenerife_5. Navegación desde Puerto Colón a Los Gigantes


3 de agosto de 2010                                   

                De nuevo tomamos la autovía TF5, para enlazando con la TF1, dirigirnos al sur, a playa de las Américas y en concreto a Pto. Colón, desde donde zarpará la embarcación Shogun, con la que tenemos contratado el día de visita.
Amanece un día gris en Pto. de la Cruz, hasta llovizna levemente y que  a la altura de Tacoronte  se hace neblinoso con nuestra inmersión en la nube, lo que nos obliga a circular con precaución. Conectado ya con la TF1, el cielo se despeja y el sol luce y nos acompaña en nuestro encuentro con el Sur.
Embarcamos a las 11 de la mañana, en un “velero” de 2 palos, para uso turístico que reproduce a uno de época y que despliega sus velas más por impresionar y buscar algo de estabilidad, que impulsarse por la fuerza del viento. Mar algo picado que hace que la embarcación cabecee algo, lo suficiente para provocar los primeros vómitos a algunos pasajeros. Costeamos todo el Adeje, con urbanizaciones y complejos hoteleros hasta primera línea de playa y pequeñas calitas entre ellos. Y un horizonte en tierra, marcado por las elevaciones que conducen hasta el macizo central del propio Teide.

Navegamos así hasta los acantilados de Los Gigantes, que aún impresionan más desde el mar. Paredes verticales verdosas, de roca viva y plantas colonizadoras y un mar, si cabe, todavía de un azul más oscuro bajo ellos. La embarcación busca su abrigo y fondeamos aquí, a pocos metros de su orilla. Toca un refrescante baño en estas añiles aguas, lanzándonos desde la cubierta. A pesar de la proximidad de la orilla, la profundidad es manifiesta.
Tras una hora de fondeo, para baño y comida tipo bufet, leva anclas para ir a la búsqueda de cetáceos (lo que no debe ser muy ecológico por las molestias diarias, que sin duda le provocan). Los patrones de las distintas embarcaciones de avistamientos, se avisan entre sí de los lugares en que son posibles observarlos, aunque hoy, por la situación del mar, la cosa no está fácil, por lo visto. Aproximadamente a la mitad del trayecto de vuelta, avistamos pero a bastante distancia, saltos de algunos delfines, aunque l patrón no desvía el rumbo (150º vemos marcados por el compás), hasta que intercepta con una manada de calderones que hacen las delicias del turismo de abordo. Las cámaras no paran de disparar, apreciándose madres con crías pequeñas, prácticamente al costado de la embarcación.
Hermosas ballenas, las más pequeñas de la familia, que alegran estas 35 millas de navegación antes de retornar al puerto de Salida y regresar por autovía, de nuevo, al Pto. de la Cruz.

Tenerife_6, Icod de los Vinos, Garachico y Punta de Teno


4 DE AGOSTO DE 2010

Desde Pto. de la Cruz a Icod de los vinos, se va por una carretera próxima a la costa y un paisaje de cardones, tabaibos y bejeques, endemismos botánicos canarios, de lo más interesante. Tras unos 20 kilómetros de recorrido, se llega a la ciudad del drago milenario, aunque tiene muchos otros. Típico pueblo canario, con sus plazuelas ajardinadas, sus iglesias con canterías de piedras negras volcánicas, su tempo detenido y sus mini degustaciones casi obligadas del vino local. Admiramos el impresionante drago desde una plazuela aledaña que nos presta su mejor perspectiva, visita a la iglesia del antiguo Convento de S. Francisco y de nuevo la carretera hacia Garachico.
Garachico es un pueblo marinero, con una gran roca (roque), inmersa el mar y delante de éste, a escasos metros de la orilla. Su baluarte defensivo es testigo mudo de cuando su puerto fue el más importante de la isla, hasta que fue reemplazado por el del Pto. de la Cruz. Llama, no obstante, la atención por sus piscinas seminaturales, construidas sobre el mismo acantilado. Nos bañamos en las pozas, profundas algunas, y contemplamos su vida tranquila al margen de tanto visitante. El viejo baluarte, muestra inequívoca de la defensa que había que dar a estas costas tan codiciadas, nos despide en nuestra marcha hacia el oeste, hasta Buenavista del Norte, pequeña localidad de este extremo noroccidental de la Isla.


Entramos hasta una céntrica plaza, con su característica y canaria iglesia y en nuestro afán de proseguir todo lo más posible hasta el poniente de la Isla, tomamos una carretera local con advertencia de riesgo de desprendimiento de tocas y de su prohibición de paso en días de fuerte viento o lluvias. La carreterita nos permite hermosas vistas de toda la costa acantilada y de sus puntas: Punta Negra, Punta del Fraile, Gaviota; para pasando por un largo túnel excavado sobre la propia roca y dejado tal cual, en estado natural, llevarnos a la Punta del Teno. El paso del túnel produce no ya un cambio en el paisaje, sino que también en el clima: cielos despejados y sol luciendo, calor, frente al fresco viento de la otra parte del norte de la isla. La carretera termina en las inmediaciones de un faro, en un paraje de coladas volcánicas que caen directamente al mar formando acantilados. Los Gigantes ya más al sur y tras una pequeña calita aprovechadas para el baño por los buenos conocedores de estas tierras.
Da la impresión de que hemos cambiado de mundo. Soledad, tranquilidad, aguas que invitan al baño, calor…
Después de admirar estos paisajes y al propio Macizo del Teno, una de las paleoislas que dio lugar al surgimiento de Tenerife hace unos 5 millones de años, tomamos el camino de regreso, no sin antes, al salir del túnel, detenernos unos momentos en el Mirador del Fraile, donde el fuerte y fresco viento nos devuelve  al dominio de los alisios y de la costa norte de la isla.
Almorzamos en un bar de carreteras de la misma Buenavista: papas arrugadas con mojo y una enorme chuleta de cerdo, que sacia más que suficientemente nuestra hambre.
Y de aquí al Pto. de la Cruz, otra vez, al que llegamos sobre las 6 de la tarde.

Tenerife_7. La Orotava

5 de agosto de 2010     
Hemos dejado la mañana para visitar La Orotava, a pocos kilómetros del Puerto de la Cruz. Subimos a la plaza central y cerca del ayuntamiento localizamos un parking público. Nos impresiona la grandiosidad del edificio del ayuntamiento precedido de una gran escalinata, que da idea de la riqueza, sino actual si pasada de esta ciudad. Desde aquí visitamos su Iglesia de la Concepción, admiramos las hermosas vistas que desde sus plazas altas tenemos de toda la urbe, con el mar allá al fondo. Iglesias y casas balconadas se suceden dando sobradas muestras del arte neocanario, con esos balcones colgantes y  aleros de maderas de teca.
Destacaríamos el Palacio y jardines del marquesado de la Quinta Roja, con la ubicación allí del mausoleo del Marqués, al que por ser masón y ateo la iglesia negó sepultura en tierra sacra. Inconfundibles jardines de estilo francés, ajustados a la geometría de sus parterres y al colorido de la flora subtropical canaria...
La Casa de los Balcones, también merece una visita, tanto por su fachada genuinamente canaria, como por su patio interior, joya de la arquitectura popular.
El vivero del Jardín Botánico también llama nuestra atención, con sus dragos y palmeras diversas…
Regreso al Puerto, tarde de descanso y piscina el hotel, últimas compras y cena en “El Pescador”. Parrillada de pescado típico de aquí, acompañados de papas arrugadas, su mojo, y como no, con vino de la tierra: Malvasía de Lanzarote, un vino joven y afrutado, agradable al paladar. Todo amenizado por un valenciano que se atreve a cantar de todo, incluso algunos palos flamencos y algunas sevillanas.

Tenerife_8. El regreso.

6 de agosto de 2010
El autobús que viene a recogernos para el aeropuerto, nos brinda un autentico tour al ir de hotel en hotel. Admiramos así una vez más su cuidada y colorida jardinería, con flamboyanes y Tuliperos de Gabón, de llamativas flores rojas, cactus y multitud de plantas crasas distintas...
Hoy, por ser nuestro último día, ha amanecido un día despejado, el primero desde que estamos aquí, lo que nos permite disfrutar de un cielo azul y de unas inmejorables vistas del Teide, que no podemos por menos que aprovechar para fotografiar.
Con esa imagen totémica nos despedimos de Tenerife, tomando el vuelo a Sevilla de las 14:55.
Vuelo sobre nubes, que sólo se despeja ya llegando a la península, lo que nos brinda de nuevo la oportunidad de al sobrevolar Doñana, desde Matalacaña, reconocer todo su paisaje. Los cauces que vierten sobre las marismas, las variaciones de éstas, el río…
Campos de arroz, campiñas ya agostadas,  alcores de Carmona y aterrizaje en el aeropuerto de San Pablo, a las 18 h, hora local ya, pone fin a nuestro viaje.