Deayuno en la terraza-jardín y paseo a continuación por los alrededores del albergue. Contemplamos por primera vez las dunas del “Erg” a plena luz. Las imágenes que tenemos guardadas del desierto se nos hacen realidad. Inmensas dunas de hasta 250 m de altura y una arena finísima, que más parece polvo, y de un color rojizo que se diferencian con las que tenemos conocidas de Doñana (muy empequeñecidas al lado de éstas). Bajo la duna, contemplamos una planta típica del Sahel y que aquí encuentra su límite norte de distribución: El manzano de Sodoma, un arbolillo tóxico incluso para los dromedarios.
Después de caminar un rato y llenarnos de arenas de estas dunas, salimos para visitar el colegio de la zona. Uno aún más pobre que el que visitamos en Zagora. Nuevas explicaciones, pupitres solitarios y destartalados, pobre y escuálida decoración… Desde aquí partimos hacia el Erg el Chabbi, propiamente, internándonos en el mar de dunas, no sin que algún vehículo quede atrapado en la arenas y entre todos tengamos que sacarlo. Llegamos hasta un lago surgido al pie de la gran duna, y sin duda como zona de descarga de ésta. Estamos a medio camino entre Merzuga y Erfoud (a los 31º N según unas indicaciones que encontramos). El siroco comienza a soplar y lo hará fuerte levantando tormentas de arena. En el desierto existen 2 vientos dominantes: el sarogui, que sopla del SE, y el temible siroco, que sopla con dirección variable.
Desde la Kasbah Hotel Yasmina, contemplamos el lago salado, con una avifauna de flamencos y cigüeñulas, recortados sobre la inmensa duna de atrás. El siroco comienza a hacer de las suyas. Ahora comprendemos la utilidad del pañuelo tuareg; no hay otra forma de defenderse de la incómoda arena, tan fina que hasta peligran nuestras cámaras fotográficas. Desde aquí por pistas, buscamos la carretera que nos lleve de nuevo a Merzuga. Algunos ksar (alcázares), nos salen al paso, muchos transformados en albergues para los 4 X 4 y otros semiabandonados.
La tormenta arrecia y sentimos toda su fuerza. Apenas se ven unos metros por delante de nosotros, como si estuviéramos inmersos en una espesa niebla. Nos dirigimos a una fábrica que trabaja con los fósiles. Extraídos de canteras próximos, aquí son labrados, pulidos y transformados en soportes para mesas u otro mobiliario. Los hay muy diversos, desde ammonites de gran tamaño a belemnites incrustados en mármol , o innumerable trilobites….Aquí se comercializa todo, venta al por mayor y a unos precios, que luego comprobaríamos, mucho mayor que el de los puestos de las carreteras. Las evidencias del gran mar que ocupó todo el Sahara y desde el que se alzó el propio Atlas son evidentes.
Todavía tuvimos hasta ocasión de que nos lloviera en el desierto. Un agua-barro en poca cantidad, pero lluvia al fin, que pronto enfanga y convierte en lodazal todo donde cae.
Un curioso pozo artesiano, del que mana un considerable chorro de agua, completa la visita de este día, antes de que lleguemos a nuestro albergue y almorcemos. Quienes lo podamos hacer, pues las gastroenteritis han comenzado a hacer estragos. Por ahora nos estamos salvando de ellas.
Siesta en lo que queda de tarde, visita a los pies de la gran duna para coger la inevitable arena para los recuerdos y descanso para la siguiente jornada.
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