3ª etapa
Despertar temprano, máxime cuando llevamos dos horas de diferencia con respecto a España en esta época (hora solar). Desayuno tipo buffet en el hotel, no muy bueno, mezcla del internacional con productos del país. No falta la miel ni los kreps, esas tradicionales tortitas marroquíes. Imbebible café y zumos de bote, que aún nos sabe peor al recordar a los tomados anoche en la gran plaza.
Hoy nos queda una larga etapa de 386 km hasta Zagora, atravesando el Atlas. Pero antes de dejar esta mágica ciudad, nos proponemos visitar dos de sus joyas: El Palais Badii y las Tumbas Saaadies. La expedición se organiza con nuestros cuatro vehículos todoterreno y partimos hacia la medina. Son las 9 h, hora local. Un tráfico aparentemente más tranquilo que el de anoche, pero no por ello menos caótico. Según nos acercamos a la medina, y antes de atravesar los lienzos de muralla roja, por el adobe de su construcción, que la rodea; el alminar de la Kotubiya vuelve a aparecérsenos en toda su altanera belleza. 62 metros de altura que no pueden dejar de recordarnos el de la Giralda de Sevilla, su inspiración hispao-musulmana es innegable. De 1158, según nos explica el guía, fue construido por los almohades como alminar de la mezquita llamada de los libreros, por el barrio donde se encontraba. Destaca su remate de cuatro esferas de cobre , simbolizando el triunfo del islam sobre las otras grandes religiones monoteístas.
Ahora el aparcamiento es más facil de encontrar, por unos cuantos dirhan y frete a las tumbas de unos de los fundadores de la ciudad. Desde aquí y por amplias calles, aún encontrándonos ya en la medina, nos dirigimos al Palacio el-Badi.Palacio terminado de construir en el siglo XVI y luego destruido por la dinastía que sucedió a los saadies en el gobierno de ciudad. Lienzo se murallas que resistieron dicha destrucción y el paso del tiempo nos dan ideas de la distribución de grandes estancias alrededor de un gran patio central, con estanques y cuatro piscinas en sus extremos para las favoritas del sultán. Las ruinas y los pies de muros aún levantados, nos dan idea de su antiguo esplendor. Los restos decorativos en muros, mosaicos y azulejos así nos lo atestiguan. Damos un amplio paseo por ese gran jardín central, con naranjos a casi nuestro nivel, pues están sembrados en una especie de foso. Contemplamos un hermoso mimbar (púlpito), para la oración, construido en Córdoba por los Almorávides (1137) y traído desmontado hasta la mezquita. Preciosa obra de maderas preciosas y marquetería. Desde las terrazas de este palacio tenemos unas magníficas vistas de la gran Marrakech: tejados jalonados con infinidad de antenas parabólicas que estropean este mar de tejados rojos entre los que sobresalen los minaretes de sus innumerables mezquitas. Y ese color ocre y polvoriento que todo lo invade. Algún almuecín llama a la oración y por distorsionados altavoces nos llega sus monocordes llamadas salmódicas. No podemos por menos que cerrar los ojos y dejarnos atrapar por este cúmulo de sensaciones. Y volver a tomar conciencia de que estamos aquí, que el sueño se está haciendo realidad.
Por sucias callejuelas, con su siempre presente actividad comercial y artesana, y luego de pasar por delante de varias mezquitas, llegamos a las Tumbas Sadianas, lugar de enterramiento de los nobles de dicha dinastía. Aneja a la mezquita de la kasba , fue cerrado su acceso por el Mulay Ismael de la dinastía aluita en señal de desprecio. Permaneció así olvidada, hasta que los primeros vuelos de la aviación francesa lo descubrieron. La entrada a la mezquita se encuentra enmarcada por un gran y decorado arco, que sin embargo termina en una baja puerta , para obligar a la humillación al entrar al recinto sagrado. Toda cargada de simbolismo religioso, las estancias construidas como mausoleos, presentan rica decoración que no puede dejarnos de recordar las de la Alambra de Granada, o la de los Reales Alcázares de Sevilla. Abundan las 3 ventanas o los 3 huecos, simbolismo de las tres religiones monoteístas. En sus jardines , tumbas más pequeñas, estelas de enterramientos de servidores del sultán u otras personas importantes de la ciudad. Después de salir por un angosto callejón, con aguadores ataviados para la ocasión con sus típicas vestimentas y adornos , posando para los turistas, llegamos a la monumental puerta de los corderos (Bab Aguenau), con la que se salía del recinto amurallado. Ricamente decorada y con la que de seguro se impresionarían los que por primera vez llegaban a este importante núcleo comercial y estratégico de la región, antes del gran desierto.
Desde aquí partimos hacia Zagora, por la ruta de Ouarzazate (Uarzazate). Las amplias avenidas y bulevares bordean los restos de lienzos de murallas y nos ponen en ruta. Pronto son apreciable el Antiatlas por el sur y el gran Atlas por el este y la carretera que nos subirá hasta el puerto de Tizi n´Tichka a 2260 m. Los picos del Gran Atlas, con hasta 4000 m, y nevados nos acompañarán ya en gran parte del recorrido. Una constante subida, pero de pendiente poco apreciable al comienzo , caracterizan esta ruta. Carretera muy transitada por peatones, bicicletas o pequeños ciclomotores que exigen extremar las precauciones al conducir. Durante un buen trayecto nos acompañan olivares y tierras de labor, de aspecto pobre y más bien de economía de subsistencia. A unos 900 m s.n.m., ya aparecen los terrenos montañosos de un intenso color ocre, pedregosos y áridos, con repoblaciones frecuentes de Pinos carrascos. Se van sucediendo las Kasbas, con sus colores apagados y perfectamente integradas en el paisaje. El paisaje se hace ya típico de montaña, con profundos valles surcados por “oued”, ríos, en cuya proximidades se asientan las kasbas y donde el mínimo terreno posible es aprovechado para sus huertos en terrazas. Paramos y fotografiamos algunos poblados que no pueden dejar de recordarnos los escenarios de la película “Babel”. Niños y vendedores de fósiles y amatistas por doquier. Basta una parada para que rápidos se nos acerquen y acosen.
Las cumbres nevadas del Atlas, aparecen continuamente. Nueva parada obligada en el puerto de montaña más alto de todo Marruecos (el Tizi n´Tichka con sus 2260 m de altura) y nos dejamos intimidar por el dominio de la geología, por la belleza de los doblamientos, verdaderas joyas de la arquitectura popular y de la integración en el paisaje, de la que tanto debíamos de aprender. Contraste entre los colores pálidos del roquedo y del ambiente en general y los verdes intensos de los cultivos, en los pequeños valles junto a los riachuelos.
Montañas y más montañas por carreteras todas a más de 1500 metros s. n. m. Paramos a comer en un cafetín de carretera. Negociación para poder consumir sólo las bebidas (agua y coca cola, no más). Con el excelente pan marroquí y diversas latas de conservas, traídas desde España, improvisamos un suculento almuerzo, o así nos lo parece aquí. El té como final no nos puede faltar. Proseguimos la ruta, bajando hasta la gran meseta, que nunca desciende por debajo de los 900 m, aunque ello supone ya un cambio apreciable en el paisaje: aspecto más desértico, pedregoso, de “desierto de Tabernas”. Estamos en una inmensa llanura mesetaria, pero que el GPS del vehículo nos marca a 1200 metros de altitud. Nos desviamos de la carretera principal, para por una pista terrosa, acercarnos a la Kasba Ait Ben Haddou, un autentico patrimonio de la humanidad, así lo tiene reconocido la UNESCO. Es más bien un alcazar (varias kasbah juntas), Urbanismo de adobe de gran belleza, en armonía absoluta con el paisaje que lo acoge. Desde lejos es posible apreciar todo el conjunto y retrotraernos a esas ciudades bíblicas que aún tenemos en nuestro imaginario colectivo. Pasamos el río Mellah, sobre unas piedras dispuestas para ello, y entramos en una de sus kasbah. Un patio central amurallado y con cuatro torres en las esquinas que hacen las funciones de granero, depósitos de aceite y agua y torre vigía. Con decoración geométrica con volúmenes sobre el mismo adobe, el conjunto alcanza una equilibrada composición y majestuosidad. Subimos a uno de sus torreones, y desde allí contemplamos los tejados del resto de las kasbahs y la serenidad de la belleza de lo simple e integrado en el medio.
Atravesamos unos montes de rocas oscuras y profundas gargantas y cortados, todo a más de 1000 metros de altura.
Antes de llegar a Ouarzazate, nos cae la noche , las kasbahs que secundan todo el trayecto se nos hacen más fantasmagóricas e irreales, si cabe. Gran actividad por las carreteras en este preámbulo de la noche cada vez que nos aproximamos a un poblado: transeúntes, grupos paseando, bicicletas sin iluminar,…que hacen peligroso para nosotros la conducción. Hombres sentados ante desvencijados y minúsculos cafetines, o ante cualquier pared, parecen que “viendo pasar el tiempo”. El Valle del Draa lo pasamos ya de noche cerrada. Sólo un inmenso cielo de estrellas nos acompañan, entre ellas, y sorteando la dificultad desde las ventanillas del vehículo, aún consigo reconocer a la Osa Mayor y a la Polar.
Llegamos por fin a Zagora, centro administrativo de todo el valle del Draa. Alojamiento en el hotel, y sin descanso, partida hacia unas jaimas bereberes donde nos han preparado la cena y la fiesta. Comida típica con frutos secos, cuscus, harira…naranjas y dátiles exquisitos, y té. Amenizada por bereberes ataviados para la ocasión con laud y otros instrumentos de cuerdas, y al son de esos ritmos nos deleitan con canciones cargadas de melancolía como la se “África madre”. La fiesta se va animando y jaleando de vez en cuando por gritos gucturales que lanzan las mujeres. Se baila y se nos saca a bailar y en esa armonía multicultural ponemos fín a este largo día, que el cansancio no perdona. Mañana veremos Zagora.
Hoy nos queda una larga etapa de 386 km hasta Zagora, atravesando el Atlas. Pero antes de dejar esta mágica ciudad, nos proponemos visitar dos de sus joyas: El Palais Badii y las Tumbas Saaadies. La expedición se organiza con nuestros cuatro vehículos todoterreno y partimos hacia la medina. Son las 9 h, hora local. Un tráfico aparentemente más tranquilo que el de anoche, pero no por ello menos caótico. Según nos acercamos a la medina, y antes de atravesar los lienzos de muralla roja, por el adobe de su construcción, que la rodea; el alminar de la Kotubiya vuelve a aparecérsenos en toda su altanera belleza. 62 metros de altura que no pueden dejar de recordarnos el de la Giralda de Sevilla, su inspiración hispao-musulmana es innegable. De 1158, según nos explica el guía, fue construido por los almohades como alminar de la mezquita llamada de los libreros, por el barrio donde se encontraba. Destaca su remate de cuatro esferas de cobre , simbolizando el triunfo del islam sobre las otras grandes religiones monoteístas.
Ahora el aparcamiento es más facil de encontrar, por unos cuantos dirhan y frete a las tumbas de unos de los fundadores de la ciudad. Desde aquí y por amplias calles, aún encontrándonos ya en la medina, nos dirigimos al Palacio el-Badi.Palacio terminado de construir en el siglo XVI y luego destruido por la dinastía que sucedió a los saadies en el gobierno de ciudad. Lienzo se murallas que resistieron dicha destrucción y el paso del tiempo nos dan ideas de la distribución de grandes estancias alrededor de un gran patio central, con estanques y cuatro piscinas en sus extremos para las favoritas del sultán. Las ruinas y los pies de muros aún levantados, nos dan idea de su antiguo esplendor. Los restos decorativos en muros, mosaicos y azulejos así nos lo atestiguan. Damos un amplio paseo por ese gran jardín central, con naranjos a casi nuestro nivel, pues están sembrados en una especie de foso. Contemplamos un hermoso mimbar (púlpito), para la oración, construido en Córdoba por los Almorávides (1137) y traído desmontado hasta la mezquita. Preciosa obra de maderas preciosas y marquetería. Desde las terrazas de este palacio tenemos unas magníficas vistas de la gran Marrakech: tejados jalonados con infinidad de antenas parabólicas que estropean este mar de tejados rojos entre los que sobresalen los minaretes de sus innumerables mezquitas. Y ese color ocre y polvoriento que todo lo invade. Algún almuecín llama a la oración y por distorsionados altavoces nos llega sus monocordes llamadas salmódicas. No podemos por menos que cerrar los ojos y dejarnos atrapar por este cúmulo de sensaciones. Y volver a tomar conciencia de que estamos aquí, que el sueño se está haciendo realidad.
Por sucias callejuelas, con su siempre presente actividad comercial y artesana, y luego de pasar por delante de varias mezquitas, llegamos a las Tumbas Sadianas, lugar de enterramiento de los nobles de dicha dinastía. Aneja a la mezquita de la kasba , fue cerrado su acceso por el Mulay Ismael de la dinastía aluita en señal de desprecio. Permaneció así olvidada, hasta que los primeros vuelos de la aviación francesa lo descubrieron. La entrada a la mezquita se encuentra enmarcada por un gran y decorado arco, que sin embargo termina en una baja puerta , para obligar a la humillación al entrar al recinto sagrado. Toda cargada de simbolismo religioso, las estancias construidas como mausoleos, presentan rica decoración que no puede dejarnos de recordar las de la Alambra de Granada, o la de los Reales Alcázares de Sevilla. Abundan las 3 ventanas o los 3 huecos, simbolismo de las tres religiones monoteístas. En sus jardines , tumbas más pequeñas, estelas de enterramientos de servidores del sultán u otras personas importantes de la ciudad. Después de salir por un angosto callejón, con aguadores ataviados para la ocasión con sus típicas vestimentas y adornos , posando para los turistas, llegamos a la monumental puerta de los corderos (Bab Aguenau), con la que se salía del recinto amurallado. Ricamente decorada y con la que de seguro se impresionarían los que por primera vez llegaban a este importante núcleo comercial y estratégico de la región, antes del gran desierto.
Desde aquí partimos hacia Zagora, por la ruta de Ouarzazate (Uarzazate). Las amplias avenidas y bulevares bordean los restos de lienzos de murallas y nos ponen en ruta. Pronto son apreciable el Antiatlas por el sur y el gran Atlas por el este y la carretera que nos subirá hasta el puerto de Tizi n´Tichka a 2260 m. Los picos del Gran Atlas, con hasta 4000 m, y nevados nos acompañarán ya en gran parte del recorrido. Una constante subida, pero de pendiente poco apreciable al comienzo , caracterizan esta ruta. Carretera muy transitada por peatones, bicicletas o pequeños ciclomotores que exigen extremar las precauciones al conducir. Durante un buen trayecto nos acompañan olivares y tierras de labor, de aspecto pobre y más bien de economía de subsistencia. A unos 900 m s.n.m., ya aparecen los terrenos montañosos de un intenso color ocre, pedregosos y áridos, con repoblaciones frecuentes de Pinos carrascos. Se van sucediendo las Kasbas, con sus colores apagados y perfectamente integradas en el paisaje. El paisaje se hace ya típico de montaña, con profundos valles surcados por “oued”, ríos, en cuya proximidades se asientan las kasbas y donde el mínimo terreno posible es aprovechado para sus huertos en terrazas. Paramos y fotografiamos algunos poblados que no pueden dejar de recordarnos los escenarios de la película “Babel”. Niños y vendedores de fósiles y amatistas por doquier. Basta una parada para que rápidos se nos acerquen y acosen.
Las cumbres nevadas del Atlas, aparecen continuamente. Nueva parada obligada en el puerto de montaña más alto de todo Marruecos (el Tizi n´Tichka con sus 2260 m de altura) y nos dejamos intimidar por el dominio de la geología, por la belleza de los doblamientos, verdaderas joyas de la arquitectura popular y de la integración en el paisaje, de la que tanto debíamos de aprender. Contraste entre los colores pálidos del roquedo y del ambiente en general y los verdes intensos de los cultivos, en los pequeños valles junto a los riachuelos.
Montañas y más montañas por carreteras todas a más de 1500 metros s. n. m. Paramos a comer en un cafetín de carretera. Negociación para poder consumir sólo las bebidas (agua y coca cola, no más). Con el excelente pan marroquí y diversas latas de conservas, traídas desde España, improvisamos un suculento almuerzo, o así nos lo parece aquí. El té como final no nos puede faltar. Proseguimos la ruta, bajando hasta la gran meseta, que nunca desciende por debajo de los 900 m, aunque ello supone ya un cambio apreciable en el paisaje: aspecto más desértico, pedregoso, de “desierto de Tabernas”. Estamos en una inmensa llanura mesetaria, pero que el GPS del vehículo nos marca a 1200 metros de altitud. Nos desviamos de la carretera principal, para por una pista terrosa, acercarnos a la Kasba Ait Ben Haddou, un autentico patrimonio de la humanidad, así lo tiene reconocido la UNESCO. Es más bien un alcazar (varias kasbah juntas), Urbanismo de adobe de gran belleza, en armonía absoluta con el paisaje que lo acoge. Desde lejos es posible apreciar todo el conjunto y retrotraernos a esas ciudades bíblicas que aún tenemos en nuestro imaginario colectivo. Pasamos el río Mellah, sobre unas piedras dispuestas para ello, y entramos en una de sus kasbah. Un patio central amurallado y con cuatro torres en las esquinas que hacen las funciones de granero, depósitos de aceite y agua y torre vigía. Con decoración geométrica con volúmenes sobre el mismo adobe, el conjunto alcanza una equilibrada composición y majestuosidad. Subimos a uno de sus torreones, y desde allí contemplamos los tejados del resto de las kasbahs y la serenidad de la belleza de lo simple e integrado en el medio.
Atravesamos unos montes de rocas oscuras y profundas gargantas y cortados, todo a más de 1000 metros de altura.
Antes de llegar a Ouarzazate, nos cae la noche , las kasbahs que secundan todo el trayecto se nos hacen más fantasmagóricas e irreales, si cabe. Gran actividad por las carreteras en este preámbulo de la noche cada vez que nos aproximamos a un poblado: transeúntes, grupos paseando, bicicletas sin iluminar,…que hacen peligroso para nosotros la conducción. Hombres sentados ante desvencijados y minúsculos cafetines, o ante cualquier pared, parecen que “viendo pasar el tiempo”. El Valle del Draa lo pasamos ya de noche cerrada. Sólo un inmenso cielo de estrellas nos acompañan, entre ellas, y sorteando la dificultad desde las ventanillas del vehículo, aún consigo reconocer a la Osa Mayor y a la Polar.
Llegamos por fin a Zagora, centro administrativo de todo el valle del Draa. Alojamiento en el hotel, y sin descanso, partida hacia unas jaimas bereberes donde nos han preparado la cena y la fiesta. Comida típica con frutos secos, cuscus, harira…naranjas y dátiles exquisitos, y té. Amenizada por bereberes ataviados para la ocasión con laud y otros instrumentos de cuerdas, y al son de esos ritmos nos deleitan con canciones cargadas de melancolía como la se “África madre”. La fiesta se va animando y jaleando de vez en cuando por gritos gucturales que lanzan las mujeres. Se baila y se nos saca a bailar y en esa armonía multicultural ponemos fín a este largo día, que el cansancio no perdona. Mañana veremos Zagora.
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