Nos volvemos a levantar muy temprano, aunque la luz solar acompaña. En una furgoneta de 7 plazas, salimos desde Värby en dirección Nw., primero circunvalando la gran Estocolmo, para luego tomar dirección más al W y dirigirnos casi a la frontera con Noruega. La autovía que tomamos es la misma que conduce al aeropuerto y a Upsala, pero que dejamos por la denominada E18, en dirección a Enköping y desde aquí por la estatal E70 a Mora. Gran tráfico en la circunvalación, ya a estas horas. Pronto, dejando las autovías, un paisaje de continuos bosques de pinos nos acompañan: Pinos sylvestres y Abetos se suceden interminablemente por más de 400 km.
El paisaje es bellísimo, de un verde constante, máxime viniendo de nuestra desarbolada España, pero que de tanto repetirse llega a ser monótono. Una postal repetida hasta el infinito,…
Atravesamos algunas zonas agrícolas con pastos recién segados y compactados en grandes cilindros, que luego son plastificados. Pastos y poco más de agricultura: algún campo de patatas y algunos cultivos de mijos o similar. Y bosques y más bosques de coníferas con sus inconfundibles troncos erectos y sus copas cónicas, de corteza anaranjada en las partes superiores. Casas de campo de madera, acompañan a veces a las zonas cultivadas. Construcciones típicas, con sus acopios de leña para el duro invierno.
Limitaciones de velocidad a 90 km/h, respetado por todos los vehículos que circulan, y eso que no se ve ni siquiera un solo policía de tráfico.
Cruzamos pequeñas poblaciones con unas cuantas casas alineadas junto a la carretera, de madera pintada en diversos colores y con pequeñas praderas de césped natural, muy recortado, en sus delanteras. Limpieza absoluta y ausencia de escombros, bolsas de plásticos y otras basuras; como acostumbran a anunciar la entrada de una población en nuestras tierras del sur.
Nos acompaña un magnífico tiempo, con cielos azules y un sol radiante, pero que sin embargo, no llega a deslumbrar, lo notamos al hacer casi innecesarias las gafas de sol., Ello no quita que en algunos trayectos del itinerario, una lluvia fina comience a caer.
Áreas de descanso, con mesas y parasoles de madera, son frecuentes en los márgenes de las carreteras. Paramos en una de ellas y disfrutamos de un reponedor café , que traemos, y algunos bizcochos. Nos es irresistible no internarnos, aunque sean unos metros, en ese bosque de pinos y abetos que nos acompañan, sobre un suelo cubierto de líquenes y sin casi ninguna otra vegetación. Aquí no podemos hablar de sotobosque como allí.
Cruzamos en diversas ocasiones el río Dalälven, que discurre de W a E, por esta zona llana de la Península Escandinava, desde Noruega al Báltico. Y según nos acercamos a nuestro destino, más y más lagos aparecen.
Dejamos atrás poblaciones como Sala, Avesta, Borlänge, Hedemöra, Mora y por fin Älvdalen. Pueblos y ciudades con sabor nórdico: casas de maderas, variados colores, tejados inclinados, praderas verdes delanteras… Breve parada en Älvdalen para recoger a los propietarios de la cabaña que nos han invitado, y de nuevo hacia el NW, casi a la frontera noruega. Carretera ahora casi paralela al río Österdalälven, que viene de las montañas Härjedal, a las que también nos acercaremos luego. Carretera entre bosques de pinos y abetos, y que progresivamente se va quedando más solitaria y son pocos los vehículos, que ya se cruzan con los nuestros. Hemos venido hasta aquí por magníficas carreteras, con limitación de velocidad a 90 Km/h y que como indicábamos, es respetada por todos los conductores suecos.
Dejamos ya la carretera y tomamos pistas forestales hasta que damos con el lago Tyrisjön. En una zona próxima a sus orillas, descargamos todo el avituallamiento que traemos para pasar dos noches. Una pequeña embarcación, después, lo acercará a la cabaña. Nosotros continuamos un par de kilómetros más y ya a pié, por una pequeña senda alcanzamos la cabaña. Hermosa construcción de madera, con medios troncos ensamblados , delimitando dos estancias , una hace de cocina-comedor y la otra de salón dormitorio, con cuatro camas literas y una chimenea al fondo. Un porche delantero completa la cabaña. Como curiosidad, nos muestran la despensa: un agujero en el suelo del salón, a modo de semisótano, donde los alimentos y las bebidas se conservan a una temperatura ideal. Junto a la cabaña, algunos cobertizos para herramientas, leña, embarcaciones y hasta moto de nieve. Y troncos de abedules dispuestos para ser convertidos en leña. Un singular wáter ecológico: letrina directamente sobre un agujero del terreno. Una sauna, un pequeño comedor exterior, con barbacoa delantera y un pequeño embarcadero, completan todos los servicios. La cabaña, pues, a pié del lago, se encuentra en un sitio inmejorable. Paisaje idílico de bosques, aguas e islotes.
Antes de acomodarnos, en un pequeño bote a motor, pasamos a recoger las provisiones y el equipaje dejados anteriormente en la no lejana orilla. El bosque que rodea el lago es mayoritariamente de Pinus sylvestris, con abedules y abetos intercalados. Próximos a las orillas, algún Aliso, completa la formación arbórea. Suelo tapizado de mullidos líquenes o de arándanos, tanto rojos, como negros. Algunos brezos y enebros enanos componen el casi inexistente sotobosque. Numerosos abedules derribados muestran la causa de ello: los incisivos marcados de los castores que habitan en el lago.
Paisaje de ensueño, como decíamos, de naturaleza virgen, al menos en apariencia, pues luego encontraríamos numerosas evidencias de que se trata de una explotación forestal, perfectamente llevada. Ningún otro humano en 50 km a la redonda, exceptuando a nosotros. Los sonidos de la naturaleza nos envuelven.
Llama la atención, no obstante, la baja biodiversidad de estos bosques. En cualquiera de los nuestros, en estas circunstancias, la variedad de especies sería innumerablemente mayor. Disfrutamos de esta belleza: paseamos en el bote, exploramos islotes, fotografiamos especies, y sobre todo nos relajamos en este paraíso natural. El baño en las aguas del lago, no tan frías como cabría esperar (21ºC), no podía faltar. Visitamos el amasijo de troncos arrastrados por los castores, escuchamos a lo lejos a algún cárabo, o el “grus-grus” de las grullas. Avistamos a banaclas sobre las aguas y algunas lavanderas blancas en la cercanía de la cabaña. Nos preguntamos si no podrán ser las mismas que volvamos a ver en nuestra tierra , dentro de algunos meses, en sus invernadas allí.
El atardecer llena el lago de nuevos colores. Calma absoluta, no se mueve ni una hoja, sus aguas se transforman en un gigantesco espejo que lo refleja todo de modo invertido. Un fulgor de oro por el W, nos acompaña por breves momentos, y luego una claridad por ese lugar que se prolonga hasta la noche que ya cayó (son las 22 h).
Velada a la luz de las velas y “quinqués”, en el porche, que la placa solar sólo da para las luces interiores, y además, tampoco queremos romper la magia del lugar con luz artificial. Animada conversación alrededor de la mesa y las cervezas. También algo de whisky que hemos traído nosotros y los consiguientes relatos de misterio que siempre surgen. Nuestro amigo, el sueco, nos narra sus encuentros con extrañas criaturas en este lago helado en las largas noches de invierno.
Apartándonos un poco de la suave iluminación de la cabaña, un firmamento cuajado de estrellas nos cautiva. Buscamos constelaciones conocidas y ahí está una Osa Mayor y Menor extraordinariamente nítidas, como nunca habíamos visto. Y una Polar muy alta (por los 65º de Lat. N., a los que nos encontramos).La “cruz del verano”, el Cisne, también corona la bóveda celeste.
El frío que ya se levanta del lago, invita a que nos refugiemos en la cabaña y en el sueño, para seguir disfrutando de estas sensaciones, pero nos resistimos a abandonar tamaño espectáculo. Girones de una blanca neblina se levanta de las aguas del lago, aumentando, si cabe aún más, la magia de este lugar y su capacidad de ensoñación. Pero lo continuamos en el sueño, Eso sí, cobijados bajo un edredón que se apetece, y eso para nosotros, después de los calores que pasamos en nuestra tierra en agosto, es un doble placer.