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domingo, 21 de abril de 2013

Senderismo por las montañas del Rif 4 Marruecos 2013


Sábado 30 de marzo. Parque Nacional de Talassemtane y subida al Jbel Lâkraa.


Amanece un día lluvioso lo que nos estropeará nuestro encuentro con el pinsapar y la esperada subida al Lâkraa. Antes del desayuno, ya nos esperan ante el hotel los Land Rover que nos acercaran a la denominada plaza de España o de los Españoles, lugar de antiguo acopie, durante el llamado Protectorado español,  de la producción maderera que se sacaban de estos montes (Pinsapos y Cedros). La caravana de land rover toma la carretera que casi por la cresta del Rif comunica con la costa en Alhucema.

 Desde Bab Taza tomamos ya una pista para iniciar el ascenso, entre frondosos bosques de alcornoques que nos hacen pensar que estamos en nuestro Alcornocales. Más que llover, estamos metidos en la misma nube atrapada por estas montañas, tal como ocurre en Grazalema. No vemos mucho más allá de la pista, pero así y todo, el paisaje se nos muestra espléndido. Ganando altura, se nos aparecen los primeros pinsapos y el cartel indicador de que nos encontramos en el Parque Nacional de Talassemtane. 

La llovizna no cesa y somos pocos los que nos decidimos a intentar la subida al Jbel Lâkraa y a sus 2159 m, aunque ya estamos por encima de los 1750. La subida comienza con una fuerte y continua pendiente entre magníficos Pinsapos marroquíes (Abies marocana) y a más altura también de centenarios cedros (Cedrus atlantica), que llegan incluso a dominar a los pinsapos. La nube en la que estamos inmersos, los gigantescos árboles, los troncos caídos, las continuas arroyadas y pequeñas cascadas surgiendo por doquier,… dan a todo el paisaje un aspecto de bosque encantado y primigenio del que va a ser difícil olvidarse.
Con esfuerzo y soportando la continua llovizna que comienza a calarnos a pesar de nuestras ropas “impermeables”, superamos los dos mil metros y el límite de la vegetación arbórea. Ahora el piorno y las plantas adaptadas a las duras condiciones a las que la someten estas alturas sustituyen a todas las demás, excepción hecha de un bosquecillo de cedros que a duras penas resisten en estas alturas. Los primeros restos de nieve ya han aparecido y por un suelto canchal atacamos la cima. Ahora la nieve si lo cubre todo y tenemos que caminar sobre ella. Lástima que el día no nos permita  contemplar las inmejorables vistas que habrá desde aquí. Ambiente de alta montaña que las fotos de rigor que nos hacemos atestiguarán. Parece que estamos en la cima de algún pico digno de montañeros avezados. Éste es el “monte calvo”, que es lo que en dialecto local significa Lâkraa.


Para poco más tenemos, la ventisca arrecia y tenemos que apresuradamente iniciar la bajada, con tan mala fortuna que los guías locales, por querer acortar camino, nos pierden del sendero. Campo través vamos descendiendo, con no pocos resbalones por las calizas y las arcillas mojadas. Los primeros momentos de incertidumbre y el sentirnos perdidos, pronto desaparecen al encontrar una senda marcada con los colores internacionales de los recorridos, el blanco y el amarillo, aunque no sabemos, ni los guías llevan mapas adecuados, a donde nos llevará. Alguien del grupo con GPS, aunque sin cartografía, comprueba que no vamos mal encaminados y que en todo caso, los track indican que estamos dando un rodeo, pero acercándonos al punto de partida. Y como “no hay mal que por bien no venga”, este extravío nos está permitiendo recorrer todo el pinsapar y descubrir lugares aún más espectaculares, con profundos barrancos por los que no deja de caer el agua y un  profundo bosque entre la niebla de singular belleza.
Llegamos por fin a la pista principal, que creemos que es la que lleva a Plaza de España y al poco rato un humilde lugarejo con un destartalado land rover pasa por allí y accede a acercarnos a la casa forestal donde nos espera el resto del grupo y donde nos habían preparado una comida. Ateridos y completamente mojados sólo se nos apetece el reconfortante té caliente. Preferimos bajar al hotel, y una vez secos, que nos acerquen la comida que el resto de nuestros compañeros ya han degustado y que no dejan de alabar: un soberbio cuscú, ensalada marroquí y una especie de flan casero.
Comentando la aventura vivida y con nuestras retinas repletas de hermosas imágenes que nos darán para soñar durante bastante tiempo, pasamos el resto de la tarde-noche que aún nos queda en Chaouen.

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