El
pasado 7 de abril y dentro de las actividades de la XXVI Semana
Cultural del CEPER Mardeleva, nos desplazamos a las salinas y
Marismas de Bonanza. Allí tuvimos ocasión de comprobar que las
salinas son ingenios humanos para aprovechar la energía del sol y
las mareas y obtener sal común, o Cloruro sódico (NaCl). Para ello
se valen de una serie de caños, compuertas y estanques de poca
profundidad (esteros, lucios o cristalizadores), mediante los que una
vez tomada el agua del mar, en este caso las de las mareas que
remontan el río en la pleamar, hacerla circular hacia los esteros,
cada vez de menos profundidad, favoreciendo la evaporación del agua
salada y la concentración de las sales que lleva disuelta. Así
hasta cuando la concentración es tan alta que estas sales
cristalizan , apareciendo el objetivo buscado: la sal común.
Las
marismas transformadas en salinas, con sus caños, sus muros y sus
esteros proporcionan aporte de agua continuo, incluso cuando el resto
de las marismas se desecan durante el verano, lo que facilita un
hábitat idóneo para multitud de especies de aves que han sabido
adaptarse a tan peculiares condiciones. Pudimos observar:
cigüeñuelas, agujas, archibebes, correlimos, algunas espátulas y
el llamativo flamenco, auténtico especialista de las aguas salobres
donde capturan las artemias salinas, un pequeño crustaceo, que a su
vez se alimentan de unas microalgas que contienen el pigmento rojo,
causante en última instancia del rojo flamígero de parte de las
plumas de tan elegante y mítica ave.
Durante
el recorrido desde las Salinas de San Carlos hasta la ribera del
Guadalquivir, con el muelle y el poblado de La Plancha, en la otra
orilla y ya dentro del Parque Nacional de Doñana y su bosque de
pinos que casi llegan al agua; además de deleitarnos con tan
singular paisaje, pudimos reconocer algunas de las plantas
características de las marismas: diversas especies de almajos, las
más numerosas y de mayor cobertura en las marismas secas, sapinas,
sosas, salados, y ya casi en las orillas y marismas inundables por
las mareas, la cobertura casi monoespecífica de las spartinas.
Algún
Milano negro nos sobrevoló en busca de alguna presa...
Paisaje de horizontalidad
extrema, solo roto por las láminas de agua de los caños y los
esteros, que con sus reflejos plateados dan algo de color a las
grisáceas marismas. Verdes y rojos apagados de los almajos y verdor
exuberante de los pinos de Doñana, con un Guadalquivir que discurre
perezoso entre meandros de pronunciadas curvas.
Con
esas imágenes, que seguro no dejan a nadie indiferente, dimos por
terminado el itinerario; y como final merecido, aún tuvimos un rato
de convivencia y “tapeo”
en los cercanos pinares del Faro de San Jerónimo.
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